El carro. Ese objeto que, en Estados Unidos, se compra con la misma facilidad que comprar un pan. Para muchos inmigrantes, tener un auto se convierte en el símbolo de su éxito, un trofeo que exhiben con orgullo en redes sociales como si hubieran ganado el campeonato mundial de la vida. En sus países de origen, un carro es un lujo casi inalcanzable, un sueño que parece desvanecerse entre la realidad de la lucha diaria.
Imaginen la escena: llegas a este nuevo país con tus esperanzas y un puñado de dólares. Después de largas jornadas lavando platos o cortando pasto, finalmente logras reunir lo suficiente para comprar ese auto que siempre quisiste. La sensación de triunfo es indescriptible. Publicas una foto en Instagram, y los comentarios llueven: “¡Felicidades!”, “¡Qué bien, amigo!” Agradeces a Dios como si Él hubiera estado allí, eligiendo el modelo y el color. Porque, claro, ese carro no es solo un medio de transporte; es un símbolo de superación.
Mientras tanto, los periódicos destacan a los “triunfadores” que venden tamales y chorizos en la calle. “Mira cómo han salido adelante”, celebran. Pero en esta narrativa de éxito, se ignoran las realidades detrás de esos esfuerzos. Para muchos de esos vendedores, el camino ha estado lleno de obstáculos, desde la falta de acceso a recursos hasta la lucha constante contra la discriminación. Sin embargo, se les aplaude por “emprender”, reforzando la idea de que el éxito se mide en función de lo que tienes en la mano, no en la dignidad con la que luchas, refuerzan la idea de cuanto tienes cuanto vales y siguen con el discurso incrustado de que la “pobreza es símbolo de fracaso” ah, el carro.
El carro se convierte en un estandarte de identidad. Cada nuevo auto es un hito en la escalera del éxito, un recordatorio constante de que, en esta cultura casi mafiosa que mide el estatus por las poseciones. Y mientras se celebran los logros materiales, se ignoran las profundas dificultades que enfrentan. La presión por mostrar un estilo de vida exitoso se convierte en un peso abrumador.
Y aquí es donde el humor negro entra en juego: mientras se exalta la imagen del inmigrante con su carro nuevo, se olvida que el verdadero desafío radica en sobrevivir. El auto, ese símbolo de triunfo, puede parecer superficial cuando se mira a través de la lente de la lucha diaria. Mientras unos publican fotos de su nuevo carro, otros se levantan cada día para vender sus tamales, luchando por el mismo reconocimiento que el carro parece otorgar tan fácilmente.
Así que, la próxima vez que veas a un inmigrante sonriendo junto a su carro nuevo, recuerda que esa sonrisa oculta un viaje lleno de sacrificios y que muy seguramente significa dos trabajos, noches sin sueño, vivir en USA como inmigrante es muy dificil, al final el carro es un placebo, algo que no significa nada, pero es un contentillo para la falta de vida, un auto título de “triunfador”. El verdadero triunfo no está en la compra del auto, sino en la resistencia ante las adversidades que han enfrentado. En un mundo que mide el valor en posesiones, quizás debamos reevaluar lo que realmente significa triunfar. Al final del día, el carro puede ser solo un carro, pero las historias detrás de cada uno son un testimonio de resiliencia, esperanza y el deseo de construir un futuro mejor, no solo para ellos, sino para todos los que los rodean.
Foto de Tom Fisk