Por Fabrizio Mejia Maderid-Sinembargo.com
Apenas a un año y medio de que Andrés Manuel López Obrador asumiera el cargo de Presidente, apareció en varios medios un desplegado firmado por una mezcla de exfuncionarios públicos de los sexenios de Vicente Fox y Felipe Calderón, junto con algunos dueños de medios de comunicación como Héctor Aguilar Camín y Enrique Krauze. El manifiesto llamaba “deriva autoritaria” a lo ocurrido en 20 meses del Gobierno en tres aspectos: no endeudar al país para contener la pandemia, aplicar una “austeridad suicida” y tratar con “desprecio” a los institutos autónomos, las esferas científicas y culturales, y a las mujeres. Al final de ese desplegado, los abajo firmantes pedían que los partidos del Pacto por México se unieran para obtener una mayoría en la Cámara de Diputados y, así, detener el autoritarismo. Era el 15 de julio de 2020.
Dos meses más tarde, el 17 de septiembre, los abajo firmantes volvieron con otro desplegado. En éste sugerían que las “mañaneras” del Presidente ponían en riesgo físico a quienes eran ahí menoscabados. También incluyeron a dos grupos que, según ellos, eran despreciados: las víctimas de la violencia y los ambientalistas. Luego, algunos de los abajo firmantes hicieron otras campañas, que si en defensa del INE o del CIDE, pero de ellas sólo quedaron las comparaciones que hicieron del Presidente Andrés Manuel López Obrador con Gustavo Díaz Ordaz o con Adolf Hitler. Pero estos desplegados tuvieron su influencia: ayudaron a justificar, de nuevo, la alianza entre los partidos del PRIAN que habían sido Gobierno durante 30 años, desde el sexenio de Carlos Salinas de Gortari hasta el Pacto por México de Enrique Peña Nieto. Pero vino la elección del 6 de junio de 2021 y, no sólo no ganaron la mayoría de la Cámara de Diputados, como proponían, sino que perdieron 11 de los 15 estados en disputa.
Apadrinaron, también, la invención de un movimiento feminista de derecha y de un ambientalismo que aborrece el petróleo y los popotes. El movimiento de mujeres de la derecha no reivindica ni el aborto ni el sistema de cuidados, sino el emprendurismo desde la cocina; no denuncia la doble explotación contra las mujeres, sino que la promociona como “empoderamiento”. Se reduce a la denuncia del Estado como patriarcal cada vez que hay un feminicidio y celebra a los personajes embozados y armadas con martillos que desacreditan las marchas de las mujeres. Con el ambientalismo sucede un poco lo mismo: se declara alarmado por el cambio climático, pero no denuncia que los millonarios producen el 70 por ciento del bióxido de carbono con el uso indiscriminado de yates y aviones privados. Nunca han dicho que un ser humano promedio tardaría siete mil años en producir el CO2 de Jeff Bezos, Mark Zuckerberg o Román Abramóvich. Se abisman con la refinería de Dos Bocas y la compra de Deer Park. Creen que las energías limpias en México no consumen, en un 70 por ciento, combustibles fósiles como parte de su proceso. Y tampoco saben que el país sólo produce 1.2 por ciento del calentamiento que es responsabilidad de Estados Unidos, China, Rusia, Brasil e Indonesia. Creen que el Tren Maya y el Sembrando Vida están deforestando unas selvas que desde hace 30 años están a merced de los tala bosques, los transportistas privados, y los terratenientes.
Pero nada de esto influye en el apoyo de casi el 70 por ciento al Presidente López Obrador. La oposición paga su banalidad con feministas sin derechos sobre sus cuerpos; con ambientalistas angustiados por la producción de petróleo y no por su consumo.
La mentira descarada y la suspicacia como forma predilecta del debate público parecen ser el nuevo territorio de los abajo firmantes. Esto se debe a que se niegan a participar en la Revocación de Mandato a cuyas firmas de respaldo, 11 millones de ciudadanos, han calificado de “perros de Pavlov” y al ejercicio constitucional de “circo”. Sólo les queda minar los logros, algunos de ellos palmarios —como la vacunación contra la COVID— para ser oposición. Sin horizonte de futuro, sin esperanza, sin ideas, han subido el tono del infundio, el insulto y hasta de la ruindad. Buscan avanzar dos sensaciones. Una es la percepción de que “todos son iguales y la política es la misma inmundicia” y otra, la que, como confesó el propio Enrique Krauze, “se extraña la dictadura perfecta”.
Cabe aquí un breve desvío. Durante 30 años, desde Carlos Salinas de Gortari, el neoliberalismo, es decir, la privatización de los bienes públicos, la desregulación de las responsabilidades de los privados ante la sociedad y el medio ambiente, y la corrupción legalizada, fueron la idea de que México al fin era “moderno”, a la hora de Occidente, dejando de ser “Mexiquito” para ser simplemente global, hablando inglés y usando camisas Polo. Esa modernidad fracasó porque no era para la gran mayoría de la población y hasta las clases medias la vieron sólo como un anhelo. A sus expensas se creó una nueva burguesía monopólica que se había beneficiado de sus tratos con el PRIAN y la riqueza se concentró a grados peligrosos. De ahí la primera parte del proyecto obradorista: “Por el bien de todos”. Ahora, la modernidad son los programas sociales y la distribución del ingreso nacional, a tal grado que hasta el Fondo Monetario Internacional los recomienda. También la modernidad es la democracia participativa, lo que los abajofirmantes llaman “circo”. El neoliberalismo es lo viejo, lo corrupto, el engaño, la simulación. La llamada “transición a la democracia”, ahora lo sabemos, no fue más que la complicidad entre el PRI y el PAN para rotarse la Presidencia, las gubernaturas, los jueces y los institutos autónomos. Al perder el valor de lo contemporáneo, los neoliberales optan ahora por decirnos que el obradorismo es regresar a lo anterior a Salinas de Gortari. “Un autoritarismo que creíamos desterrado”, escriben en estos días. Como no tienen una idea del futuro atacan el presente con el petate del pasado.
Tomémoslos en serio porque están mandando señales de alarma: “deriva”, “tobogán”, “SOS”, titulan sus manifiestos. Tendámosles la mano para que no se ahoguen en sus propias ficciones. Dicen que se está “militarizando” al país porque los ingenieros y médicos militares se encargan de obras públicas y transporte de vacunas. Pero se alarman porque no hay una política de mátenlos en caliente contra los delincuentes. Dicen que el Presidente no tiene respeto por la ciencia, la cultura y las artes, y que el signo de esto es que sacó un amuleto para hablar de la pandemia. Pero no dicen nada cuando se reconvirtieron los hospitales, se consiguieron y distribuyeron las vacunas, y se contrató, adicionales a los que ya había, a 50 mil trabajadores de la salud. Tampoco se dice nada cuando la promoción de las artes no fue a la misma esquina de la ciudad de México, sino que se expandió a las comunidades rurales, con los jóvenes. Se escandalizan con el aumento de los pobres, pero se olvidan que llevamos dos años en una pandemia que requiere encierros y contingencias sanitarias que afectan a los sectores productivos. En un acto de ruindad absoluta quieren asociar los desmentidos del Presidente a las noticias falsas con el asesinato de periodistas en los municipios de la República. Ya desesperados dicen que AMLO es más neoliberal que ellos mismos, de Salinas a Peña, porque creen que la austeridad republicana y el cobro de impuestos a las empresas antes evasoras equivale a la consigna de Ronald Reagan de que “El Estado es el problema”. Y hasta ahí llegan: a decir que el actual Gobierno es como los neoliberales pero… sin los zapatos boleados.
No les depara un futuro a los abajo firmantes, sobre todo porque su idea de tomar por asalto a la Cámara de Diputados acabó en un estrepitoso fracaso. Quizás estarán pasándole tarjetas a Claudio X. González que dice estar redactando el proyecto de nación desde su casa y que llamará “un México ganador”, una frase que implica esa denominación neoliberal del “perdedor” y del “ganador” como sustantivos, como personalidades, y no, como era antes, de accidentes del destino. El acto de redactar un programa desde la soledad implica también que crees que la política es de los expertos, de los que saben, y no, como lo demostró el obradorismo, forjada desde abajo con los que tienen sentido común.
Tanto los abajo firmantes como el filántropo autodenominado “de izquierda” se han equivocado justo ahí. Las oposiciones no son inventos. Nacen del conflicto existente traducido en política. Y aquí no veo política, sino puro y simple despecho.