Por José Blanco, cortesía diario la Jornada
El presidente mexicano Andres Manuel López Obrador convocó a sus electores a la marcha que encabezará el próximo 27 de noviembre. Esos electores son del pueblo, los de abajo. Los veremos marchar. Ha debido hacer esta convocatoria porque el bloque, aún fragilón, de la élite política, está en contra de su propuesta de reforma electoral. La demanda central de este bloque fue resumida con la frase: El INE no se toca.
Oímos como lema el grito de tal demanda, en la marcha del pasado 13 de noviembre (13N), proferido por el bloque de la élite política, sumamente irritada y convencida de su consigna. Era difícil de creer que alguien pudiera tener el atrevimiento de blandir tan increíble y quebradiza demanda. La firmeza con que se dijo y gritó, la convicción de que a todo mundo debería resultarle una obviedad que el INE es intocable, muestra a las claras que esa élite cree que sólo ella sabe qué es la democracia, y sólo ella tiene derecho a proponer y a reformar la Constitución Política y las leyes de la República.
En el mejor de los casos es un disparate. El gobierno democrática y legalmente constituido representa como ninguno otro a la mayoría. No tiene ventaja en el Congreso para reformar la Constitución, pero sí las leyes. Por tanto, hará la reforma posible, aunque sea insuficiente para mejorar la representación institucional de todos, no sólo la de la élite política, la que continuará siendo parte de todos y, al mismo tiempo, el segmento social del privilegio.
Las reformas para la conformación del actual INE fueron resultado de las negociaciones entre los partidos resurgidos al contexto neoliberal que imperaba: PRI, PAN, PRD y Partido Verde. Después se sumaría MC. Todos fueron (son) favorables al Estado neoliberal, como lo probó el llamado Pacto por México del nefasto Peña Nieto. “México” signficaba, para ese pacto, élite política sin pueblo. La propuesta de AMLO tiene entre sus propósitos, ciudadanizar de veras a los consejeros electorales incluyendo al pueblo, mediante su elección por todos los ciudadanos. Es una reforma pequeñísima, pero es la posible. Tendremos una mejor ley que la existente. Acaso en el futuro sea posible continuar mejorando las leyes para una democracia más representativa.
El ruido que hizo el bloque elitista en su marcha, y el espacio descomunal que ocupó y continúa ocupando la oposición a la reforma en los medios tradicionales, muestra el tamaño de la exclusión de los intereses de los de abajo, su práctica inexistencia en ese ámbito propiedad del bloque de la élite político-económica. Cuánto camino aún es necesario andar para que medios como las radios comunitarias continúen multiplicándose; los problemas de la vida de los de abajo deben llegar a otros medios con la suficiencia necesaria para representar a su mayor número.
Sorprende que una reforma menor para la vida de la mayoría haya generado tal irritación entre la élite. Ni esa, ni ninguna otra reforma legal, ni las políticas públicas, han tocado los intereses más preciados de la élite. La balanza de la actividad del gobierno se ha inclinado apenas un tanto hacia el pueblo, cumpliendo con el propósito de la 4T de que “por el bien de todos, primero los pobres.”
La reforma propuesta, además, costará menos a los electores, desplazando así algunos recursos más hacia los excluidos de siempre. Además, tendremos un método superior con la implantación gradual de urnas electrónicas. Es a estas mejoras evidentes que la élite se opone rabiosamente. Esa oposición cobra su sentido de mayor crudeza cuando las imágenes de la marcha insensata son ubicadas en el contexto del movimiento concreto de una sociedad capitalista: los privilegios de la élite que protesta y marcha provienen de los de abajo: ese es el fondo que defienden los encolerizados de arriba.
Por su talante obtuso, la oposición a la reforma está muy bien representada por el Alto Vacío, Vicente Fox. Todos a una con este patético personaje de la élite ensoberbecida. Por su sentido aberrante, la oposición está bien representada por la señora clasemediera pobretona, chabacana y soez, que se dirigió al Presidente llamándolo “indio de Macuspana pata rajada”: racista por adopción de los valores del supremacismo blanco propio de la élite dominante; no eran pocos los marchistas provenientes de este segmento social; clasemedieros que no entienden nada sobre lo que existe y lo que se propone, pero que odian a AMLO. Agustín Carstens representa bien a esa élite ahíta con los bienes que no produjo, pero que desprecia a quienes los producen. Se sumó a “la defensa del INE” el actorcillo de mente harapienta Eduardo Verástegui, jefe de la torquemada ultraderecha mexicana.
Marchante de la 13N, también estuvo el prosopopéyico de sangre azul panista Creel Miranda; el inenarrable Alito y su autofestejada corrupción; los Zambrano y Ortega del PRD gozosos de ser jalados por el tren elitista que va arrojando algunas sobras. Empresarios y señoras emperifolladas. La marcha del odio elitista fue exitosa. Los privilegios fueron defendidos a capa y espada.