Por Alejandro Alegre (El Confidencial)
Pese a que buena parte de lo que se ha dicho de ella pueda sugerir lo contrario, el tema central de la undécima película de David Fincher no es el proceso de creación de ‘Ciudadano Kane’ (Citizen Kane); a lo largo de su metraje, después de todo, la obra maestra de Orson Welles no llega a tomar forma. Lo más parecido a un conflicto dramático central que ‘Mank’ posee es la discusión sobre quién ostenta realmente la autoría del guion de aquel clásico, gracias al que Welles compartió el Oscar con Herman J. Mankiewicz.
Para plantearlo, en todo caso, ‘Mank’ sitúa su presente en esos días de 1940 que Mankiewicz pasó en un rancho del desierto californiano escribiendo aquel texto mítico, postrado en una cama y dictando a su asistente a causa de un accidente de tráfico; y lo toma como plataforma desde la que dar regulares saltos temporales para visitar años previos en la vida del guionista, durante los que se movió con comodidad en los despachos de Hollywood —entre ellos, los de Louis B. Mayer e Irving Thalberg— y entró en la órbita social de William Randolph Hearst, el magnate de la prensa que acabaría inspirando el personaje de Charles Foster Kane. En concreto, esos ‘flashbacks’ revelan cómo Mank pasó de sentirse deslumbrado por el estilo de vida de Hearst a verse sumido en la decepción y el desengaño frente a las élites. Sus relaciones agrias con todos, desde Louis B. Mayer e Irving Thalberg.
Mientras contempla a su protagonista experimentar un renacer moral y volcar sus convicciones renovadas en su escritura, ‘Mank’ recrea con deslumbrante detalle la era dorada de Hollywood, echando mano de una hermosa cinematografía en blanco y negro y de innumerables alusiones culturales al ‘zeitgest’ que recrea. Y también incluye referencias al nuestro, tanto recordando cómo las salas de cine quedaron desiertas durante los años de la Depresión —muchas décadas antes de que la pandemia volviera a vaciarlas— como situando a Mankiewicz en el centro de un clima político basado en las ‘fake news’, el rechazo a las ideas progresistas y el caos electoral y, por tanto, fácilmente reconocible para el espectador de 2020. Y, pese a todo ello, el mundo construido por Fincher se mantiene distante, casi impenetrable.
El motivo más aparente, sin duda, son los problemas que ‘Mank’ evidencia a la hora de generar tensión dramática, algo hasta ahora impensable en una película dirigida por Fincher —excepto, quizás, ‘El curioso caso de Benjamin Button’ (2008)—. Sin duda consciente de que el trabajo de los escritores suele ser precisamente telegénico, y de que a muchos espectadores se les hará difícil conectar emocionalmente con un alcohólico que permanece tumbado recitando sus ideas, el director se asegura de que el retiro laboral de Mank se vea periódicamente interrumpido por una sucesión de visitantes. Sin embargo, ninguno de esos encuentros resulta particularmente memorable; el propio Orson Welles solo se asoma a la pantalla brevemente, y cuando lo hace no genera intriga alguna sobre qué suerte correrá ‘Ciudadano Kane’.
Asimismo, los esfuerzos de Fincher por emular a nivel estético la película que le da su razón de ser no logran aportar a ‘Mank’ más que un aire de afectación e impostura. Dos ejemplos: las falsas marcas de cambio de rollo incorporadas en algunos planos, que tan solo proporcionan distanciamiento irónico —sobre todo considerando que la mayoría de los espectadores verán la película a través de Netflix—, y esa monocromía dotada de un brillo inconfundiblemente digital y, por tanto, incapaz de enraizar la película en un pasado que nunca llega a cobrar vida. Y si a nivel estructural Fincher intenta reproducir la estructura puzle de ‘Ciudadano Kane’ para investigar la evolución de Mankiewicz, el problema de ‘Mank’ en ese sentido es que carece de un dilema central o de nada parecido a Rosebud. Esencialmente, es la historia de un tipo aquejado de un problema con la bebida y dotado de vagos ideales antisistema —que no duda en expresar ante quien le pregunte—, que observa la vida en Hollywood en los albores de la Segunda Guerra Mundial y que, tras sufrir un accidente, acepta el trabajo más importante de su vida.
Esa relativa superficialidad resulta especialmente notoria si se considera que el autor del guion de la película es Jack Fincher: lo escribió en los noventa, unos años antes de su muerte. David Fincher, su hijo, ha esperado décadas para darle vida cinematográfica, pero la presunta conexión emocional que esas circunstancias biográficas sugieren de ningún modo queda plasmada en pantalla. ‘Mank’, decimos, es una obra tan deslumbrante como todas las de su director, y contiene varias interpretaciones convincentes, pero ni lo uno ni lo otro bastan para dotarla de la trascendencia a la que sin duda aspira.