La compañía de cine independiente Roadside Attraction asegura que «Moving On», protagonizada por Jane Fonda y Lily Tomlin, amasó cerca de 800 mil dólares este fin de semana. Para la lógica del mercado, este tipo de cine está destinado a las plataformas, pero la pregunta es si esto es solamente el deseo de las compañías de streaming.
Por Martín Lazzarini, desde Buenos Aires
Este último fin de semana, del 17 de marzo, un anuncio llamativo en un portal de entretenimiento daba por hecho el «éxito» de la nueva película de Jane Fonda y Lily Tomlin, «Moving On» con un fin de semana donde acumularon casi 800 mil dólares.
Para empezar, la información no figura en los otros portales de entretenimiento y la cifra no figura en los charts de fin de semana.
Peor aún, la gacetilla no indica la cantidad de salas, que sería un punto a favor, siendo muy improbable que sea la misma cantidad que la película número uno esta semana, «Shazam! La furia de los dioses».
La buena noticia de esa promoción dudosa es la de celebrar que, luego de siete temporadas en Netflix con la serie «Gracie & Frankie», escrita por la co-creadora de «Friends», Martha Kauffman, cuyo último capítulo aparecerá en plataformas en abril, estas dos leyendas decidieran estrenar una película, en clara señal que esta dupla no tiene ninguna intención de tomarse un respiro.
Es una verdadera incógnita si el dato de taquilla es verdadero. Bienvenidos al mundo del periodismo hollywoodense, donde las pequeñas noticias a veces se publican no para informar sino para impresionar, crear una buena publicidad y deseos de ver la película, y recién entonces retractarse.
De ser una cifra más o menos comprobable, y excluyendo películas extranjeras exhibiéndose en una sala, seguiría siendo una noticia significativa, porque en este universo del cine, el cumulativo de la mitad de las diez primeras en taquilla no supera los mil dólares por sala.
Para los memoriosos, cuando no era necesaria una capa y superpoderes para liderar la taquilla, menos de un millón era considerado un fracaso. Para la gente negativa, el declive era anterior a la pandemia.
Para estos detractores, el proceso comienza una década antes, en los 2010s, pero esto requiere destapar algunos prejuicios.
En lo que puede entenderse como la prehistoria, los años noventa, los superheroes necesitaban músculos y no mucho más para ser reyes de la taquilla. No entender el acento austríaco, u belga, u oriental de un personaje nominalmente estadounidense era parte del encanto, tan ficticio como la musculatura fruto de un entrenamiento que nadie realizaba en esa época. Bastaba que la pirueta fuese real y pudiese filmarse.
El advenimiento de efectos en computadora da por tierra con ese status. Esto ocurre una década antes de las múltiples candidaturas de Hillary Clinton. Este cambio hasta barre con las pocas mujeres que intentaban hacerse de un lugar en ese género masculino, como Angelina Jolie o Mila Jovovich, cuya única virtud actoral era que fuese entendible lo que decían, su falta de musculatura siendo el otro lado increíble de la moneda, de los híper-musculosos de gimnasio.
En los 2010s Jennifer Lawrence y Sheilene Woodley llegan como protagonistas de acción de películas con 400 millones en taquilla. Eran actrices reconocidas, con Oscars debajo del brazo, sin exigencia de exhibir sus curvaturas, algo impensado en la época de Halle Berry y su «fallida» «Catwoman» (2004).
Este cambio fundamental no fue producto de ninguna columna o campaña altruista exigiendo mejores papeles femeninos. Simplemente los video juegos mejoraron su calidad y extrajeron del mercado a la audiencia masculina, dejando el campo libre para otro tipo de audiencia, mayormente femenina.
Este fin de semana, la quinta película en taquilla es una historia de «fé», producida y protagonizada por un elenco de desconocidos. «Jesus Revolution» acumuló un millón de dólares, casi lo mismo que la nueva «Ant Man» o «65» protagonizada por Adam Driver, y con muchos más días en pantalla. Tal vez la desestimemos por su temática, del mismo modo que la audiencia joven no tendrá la menor idea quien es Jane Fonda, cuya película habría hecho 800 mil dólares en cines de EE.UU. esta semana.
Las plataformas nos dicen que este cine ha muerto, nos invitan a desestimarlo. Sus directores piden estrenar en salas y las sacan a la semana de una exhibición muy exitosa. La «lógica» que promueven las plataformas, entonces, es una noticia deseada e impulsada por las mismas plataformas.
Ya no es un secreto que Neftlix funciona con grandes déficits, bajo la promesa caduca de ganar la mayoría del mercado de streaming, algo ya imposible con la participación de Apple y Amazon Studios.
Ese dinero fácil ya no existe, como tampoco existe el cine como única opción de fin de semana, pero eso no significa que no pueda recuperarse y que, en el mundo de identificar mercados con metadata y por redes sociales, no sea más simple encontrar a la audiencia que antes se buscaba con escopetazos de publicidad en las cadenas de televisión.
Un dato: la cadena australiana Hoyts, como sus pares americanos, enfrenta una enorme merma en sus ingresos en muchos mercados, excepto en lugares como Buenos Aires. La capital sudamericana, de zonas urbanas muy compactas, con fácil acceso del público a los multiplexes, lleva bastante tiempo rompiendo sus récords de taquilla y sorprendiendo a los exhibidores, mucho más sopresivo tratándose de lugares en donde campea la piratería digital.
Tal vez existe un mercado que puede reemplazar a otro, como el público femenino reemplazó al adolescente masculino en el 2010. Que sean mercados más pequeños, que puedan ser advertidos de un estreno por métodos mucho menos onerosos, creando una marca – digamos, películas de Jane Fonda y Lily Tomlin, o de The Rock y Ryan Reynolds. ¿De quién habrá salido esa idea tan novedosa, si los ejecutivos jovenes seguramente no ven los canales de cine clásicos donde pueden estar pasando las películas de Dean Martin y Jerry Lewis, o las de Bob Hope y Bing Crosby, o los canales latinos que puedan pasar las de Mauricio Garcés o las de Porcel y Olmedo?
«Es que la gente quiere salir», es la explicación de uno de los ejecutivos sudamericanos. Tal vez ahí esté el error de los algoritmos. Nos gusta mirar, pero también nos gusta cambiarnos, ponernos guapos y guapas. Y sin ninguna duda necesitamos movernos mucho más que de la cama al living.i