Por Fernando Navarro-El País
Siempre existe un antes y un después. Hasta en las vidas cotidianas, siempre aguarda un momento que cambia la existencia o transforma nuestra visión del mundo. En la música, un determinado disco suele marcar el devenir del éxito, pero también el carácter de un artista, eso intangible que, en el mejor de los casos, admiran propios y extraños y perdura en la memoria hasta sostenerse como un valor único. The War on Drugs tuvieron un punto de inflexión con Lost in the Dream, una ambiciosa obra, publicada en 2014, nacida de las noches en vela de su creador, Adam Granduciel, líder del grupo. Allí se exploraban los extremos de la ensoñación y el anhelo bajo un mantra complejo de raíces folk, rock urbano de los setenta y pop ambiental de los ochenta. Escuchar ese álbum era como sumergirse en un océano sensorial. La culminación perfecta a lo que venía haciendo el grupo de Filadelfia desde su debut en 2008 y, sobre todo, tras el también muy destacado Slave Ambient.
Con A Deeper Understanding, su cuarto disco tras dos primeros Eps y el primero en una discográfica grande como Atlantic, acaban de ir más allá. The War on Drugs acaban de cruzar los límites del después. Instalados desde Lost in the Dream como una referencia dentro de la última gran hornada del indie-rock norteamericano, con bandas del calibre de Band of Horses, The National, Hiss Golden Messenger, Dr. Dog, Grizzly Bear o The Avett Brothers, Granduciel y su impresionante séquito han forjado un formidable carácter y elevado el listón un buen palmo por encima del resto. La marca son ellos mismos. Son su propia referencia, como sucediese a comienzos de este siglo con Wilco, que desbordaron con el universo de Yankee Hotel Foxtrot y se situaron en su propia galaxia con A Ghost Is Born.
De hecho, Granduciel tiene mucho de Jeff Tweedy. Controla con puño de hierro a la banda —hasta el punto de que el talentoso Kurt Vile decidió volar en solitario tras el primer disco— y vive inmerso en su obsesión por el sonido, traducido también en su empecinado estudio de las cruzadas artísticas de tótems como Bob Dylan, Neil Young y, especialmente, Bruce Springsteen. Junto a Tweedy, es su otra gran conexión, camuflada en sus profundas y poéticas evocaciones. Granduciel, que escribe, produce y toca varios instrumentos en el disco, se olvida del cegador brillo del Springsteen de salón. Persigue sus sombras. Entre lo palpable y lo etéreo, A Deeper Understanding es como un Darkness on the Edge of Town con un sonido expansivo, que consigue una cuadratura de un círculo impensable: unir el prisma espectral por momentos del indie de Joy Division o Echo & the Bunnymen con un tímido toque AOR al estilo de Fleetwood Mac.
Basta el primer verso de la impulsiva Up All Night, la canción que abre el álbum, para situarse en los opresivos paisajes emocionales de Granduciel, que también tuvo un antes y después en su vida al centrarse sólo en la música y dejar el desparrame nocturno de alcohol y drogas. “No sé por qué he estado fuera / Por qué no creo en algo auténtico”, reza. “Quiero encontrar lo que no puede ser encontrado”, dice en la bucólica Pain. Pero, al igual que aquel Springsteen de finales de los setenta, hay épica sin gloria y búsqueda de redención, ante la soledad, el peso del pasado y la falta de amor, en sus atmósferas envolventes, desparramándose imparables —hasta los 11 minutos en Thinking of a Place— en esos trazos preciosistas de guitarras acústicas, saxo, arpa, armónica, sintetizadores, batería y pianos y órganos para todos los gustos —un Wurlitzer, un Hammond, un Melotrón, un Yamaha, un Prophet 5…—.
Lo hacen con urgencia en Holding On y Nothing to Find, remitiendo también al espíritu de los primeros Arcade Fire, y con seductor balanceo en Strangest Thing, donde se reconoce vivir “en el espacio entre la belleza y la pena”. Es el espacio hipnótico The War on Drugs. Una banda dueña de sus propios términos, donde, más allá de la grandeza, hay más grandeza. Pocos pueden conseguirlo.