Por Jorge Salas, Especial para PC
A veces, a la hora de hablar de un disco, nos enredamos en los aspectos extra musicales del análisis. Otras veces nos olvidamos por completo de que, fuera del estudio y lejos de los escenarios, el músico tiene una vida que comparte los elementos más básicos de las de todos los demás. En el caso de Andy Hull, cantante, compositor y único miembro que resiste en Manchester Orchestra desde su fundación, su paternidad ha tenido un efecto palpable en su nuevo disco.
Más allá de que A Black Mile to the Surface incluya «The Maze», dedicada a su hija, la ascendencia de la nueva condición de Hull se ha manifestado en su obra más reflexiva. En lo que se refiere su forma, el quinto disco de Manchester Orchestra es un ejercicio de producción excelente que, por momentos, explota en demasía la intensidad que da ese peculiar cruce entre el emo y la americana más accesible. A pesar de canciones como «The Mistake», «The Maze», «The Silence» o la Pixiesca «Lead, SD», el disco se pierde a veces en los preámbulos y se olvida de rematar.
Hay en otros de sus discos canciones donde los resultados son un ejemplo de equilibrio entre su admirable contenido literario y el poder emocional con la que este es arropado por cada nota musical.
El superávit emotivo, eso sí, tiene a su favor una producción fabulosa, una de las mejores y más apabullantes del álbum. La magnitud del disco, que a veces parece una continuación perfecta de su versión más acústica en Hope, se explica por la convergencia de Dan Hannon, el productor de cabecera de la banda, con Catherine Marks (Foals, The Killers) y Jonathan Wilson, que no se le ve, pero está.
El sonido está por encima de las canciones, que las hay, pero las protagonistas reales son las texturas, las capas de aspecto infinito y la sensación de que el recorrido sonoro del disco no se acaba nunca.