Por Martín Lazzarini (corresponsal en Los Ángeles)
Predecir la votación de la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas suele ser una tarea inútil, pero la la inhabilidad de comentaristas hispanos en entender el proceso es la mayor sorpresa del día siguiente.
Acaba de concluir la 95ava entrega de los Oscar. «Everything Everywhere All at Once», dirigida por Daniel Kwan y Daniel Scheinert, con once nominaciones, ganó siete Oscars. «Sin novedad en el frente», obtuvo cuatro de nueve nominaciones. Y la gran esperanza latina «Argentina 1985» no obtuvo el tercer Oscar para el país que acababa de obtener la 3era Copa del Mundo de Fútbol.
Por esto último, hasta las primeras semanas de enero, nuestra comunidad no prestaba atención a lo que pasaba con los Oscar. Todavía celebrábamos que un país latino había salido campeón del mundo, después que la estrella de Francia, Kylian Mbappé, había menospreciado el fútbol de Latinoamérica.
Esta falta de atención cambia en los Globos de Oro cuando, coincidentemente, el mismo país ganador de la Copa se lleva el premio a la Mejor Película Extranjera.
En esa misma ceremonia Michelle Yeoh obtuvo su Globo de Oro por «Everything Everywhere All at Once». Las reacciones de ambos ganadores no pudo ser más dispar.
En los primeros vimos desdén mal escondido, como si agradecer molestara u arruinaba las justificaciones mentales de porque no se iban a llevar el premio.
Michelle Yeoh aceptaba el suyo con un entusiasmo contagioso. Algún periodista superficial dijo que se debía a que era su única oportunidad de «ganar algo» en una categoría donde arrasaría Cate Blanchett, la protagonista de «Tar».
El impacto del agradecimiento de Yeoh tuvo un enorme impacto, a pesar que la carrera se daba como ganada para Blanchett. Del lado argentino, el premio y la confirmación de entrar entre las nominadas para «Mejor película internacional» generó un ambiente totalmente distinto.
Para entender esa reacción, hay que comprender que la que se pensaba como única competencia seria de Argentina, la super producción alemana, estaba también nominada como «Mejor película». El cálculo era que esto dividiría el voto para esta película y así la argentina tendría posibilidades de ganar.
Desde entonces las cábalas y las coincidencias con sabor a bendición eran cosa de todos los días. El sueño de un tercer Oscar. Y lograrlo a meses de la tercera Copa del Mundo. Por la simple coincidencia, como si fuese coleccionar estampitas.
El capitán de la selección se sumaba a esta idea, porque era irresistible no hacerlo. Mientras tanto el equipo de «Everything Everywhere All at Once» cosechaba más triunfos y seguían agradeciendo con fervor inusitado, hablando de todo lo que estos premios significaban para los actores asiáticos en Estados Unidos.
Al día siguiente que la película alemana se lleva el Oscar, los críticos argentinos apuran- como pocos -en reflotar sus críticas originales a la película, como factor influyente en algún votante de la Academia.
Vale la pena repetirla, explicación tan increíble como las supersticiones del tercer Oscar y la tercera Copa.
Si el periodista se hubiese tomado el trabajo de hacer lo que sugería pero sobre la película alemana, hubiese comprobado que fue duramente criticada también. Entre otras cosas, por cambiar partes de la novela original de Erich Maria Remarque, que es de enseñanza obligatoria en las escuelas alemanas.
Por esas críticas, el esmero de la producción era interpretado de otro modo, como un esfuerzo medio vacuo, por una «sed de Oscars».
Salma Hayek pudo sentirse decepcionada. Ella y Antonio Banderas pudieron creer que fueron seleccionados por la certeza de la victoria argentina, lo que demuestra que es imposible anticipar la votación, pero una vez conocidos los resultados es increíble que nadie sepa explicar que fue lo que ocurrió.
No soy un experto Oscars pero a falta de columnistas que sepan explicarlo, empecemos por lo básico: cuando dicen que «ser nominado es el verdadero premio», nadie se está consolando por no ganar. Están diciendo la verdad. El premio es la nominación.
Lo que decide el Oscar puede ser fundamental o trivial. Las posibilidades entre nominados es más pareja de lo pensado. Una gran superproducción, una gran transformación actoral, tiene las mismas posibilidades que un tema relevante o una actuación realista.
Un agradecimiento emotivo, con razones que todos entiendan, que un artista sepa expresar, no es un elemento ajeno a la película.
La película tiene que hablar por sí misma, pero un artista que es sincero, que se expresa como puede, es un factor importante.
Y no es una fórmula aplicable en cualquier caso. Colin Farrell fue mucho más emotivo que nadie pero algún cínico diría «¿de qué le sirvió?».
La película de Michelle Yeoh no era un cisne negro, ya venía ganando la mayoría de las menciones de los críticos del país. Que algún periodista pensara que Yeoh no era competencia de Cate Blanchett indicaba más que nada sus prejuicios.
Las posibilidades de «Argentina 1985» no eran menores que las de una actriz sin dinero que, por redes sociales, logró nominarse sola. Algo distinto es si un premiado se muestra atribulado en el momento de agradecer un premio, dudando entre bromear y dar un discurso, como si fuese la otra cara de la idea de «ganar la tercera».
Es cierto que el entusiasmo por Michelle Yeoh disminuyó las posibilidades de «Sin novedad en el frente» para ganar «Mejor película» y entonces la suerte de «Argentina 1985» parecía comprometida, pero el entusiasmo por «Everything Everywhere All at Once» era genuino porque, en igualdad de condiciones, todos se sentían motivados en entregarle el premio a ese equipo de gente.
Eso no es ni marketing in politiquería; no podemos aludir a una actriz que todavía habla inglés con dificultad las habilidades de un motivador profesional. Se trata simplemente de artistas expresándose sin poses, con sinceridad, algo que debe tenerse en mente antes de subir a recibir un premio.